28/12/09

Vives en mí (Pecos Kanvas)*


Me das ingratitud
Mientras te ofrezco amor
con pasión
Y tu indiferencia cruel
me hace padecer
y pierdo la razón

Siempre recuerdo tus grandes ojos
que me miraron y acaricié
Guardo en mis labios
la huella ardiente de tu besar
de tu querer
Tu hermosura
Tu frágil hermosura
Es toda mi locura
Es mi gran padecer
Cómo lloro
Si vieras cuánto añoro
aquel caudal de besos
que vivirá en mi ser

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*Otra de las canciones más lindas y tristes del mundo.

21/12/09

La burla del amor (Andrés Bello, Venezuela)

No dudes, hermosa Elvira,
que eres mi bien, mi tesoro,
que te idolatro y adoro
… porque es la pura mentira.

¡Ah!, lo que estoy padeciendo
no puede ser ponderado,
pues de puro enamorado
paso las noches… durmiendo.

Y si tu mirar me avisa
que te ofende mi ternura,
tanto mi dolor me apura
que me echo a morir de… risa.

20/12/09

Daniel, el librero de El Conde


Yaniris López
Santo Domingo


La cabeza gira varias veces de repente cuando, caminando por la calle El Conde, los ojos se topan con ese libro que ha hecho a más de uno recorrer, sin éxito, decenas de librerías en la ciudad.
El cuerpo se devuelve buscando quién los tiene en venta y aparece la cara morena y casi inexpresiva de Daniel. Los libros están apilados frente a una tienda de la calle peatonal.
Para alegría del comprador
, Daniel no sólo tiene ese libro, sino todos los libros que alguien pueda imaginar y todas las temáticas y expresiones literarias que han merecido una impresión. Todas. Desde fonética hasta gastronomía. Desde una revista hasta un almanaque. Desde “El reino del Caimito”, del Nobel Derek Walcott, hasta una edición viejísima en alemán de La Cotica, la guía nacional de turismo.
Si el libro no está en el montoncito de la calle, Daniel desaparece unos minutos y aparece con el ejemplar en la mano. Es que su librería está al frente, en el primer piso del edificio Saviñón, en la Zona Colonial. Y en el mismo edificio, en un lugar que el cliente no puede ver, está el almacén donde guarda su gigante colección.
La inauguró hace más de 20 años en el mismo lugar – al lado de las escaleras-, con un par de libros que decidió poner a la venta. No es que a él le fascine tanto la lectura, pero sí le gustan los libros. El negocio creció tanto que internarse en el largo callejón de menos de dos metros de ancho es una experiencia onírica para investigadores y amantes de la lectura: apiñados en las paredes y en el cristal del callejón, cientos de libros acostados o parados, pero de manera que puedan leerse las letras del lomo, abarrotan el lugar del techo al suelo, de norte a sur, dejando apenas un estrecho pasillo para que alguien pase. Sólo una persona, no dos.

Un mar de colores

Son tantos libros que más de uno se pregunta cómo los encuentra, cómo es que camina, se para, levanta la mano y ubica el ejemplar. “Hay que ser como una computadora”, responde Daniel, en clara alusión a que tiene grabados los títulos, las casas editoriales, la temática y hasta los colores de sus libros.
Si encontrar alguno le da mucha brega, Daniel envía al cliente a dar un paseo por La Zona y le dice que vuelva en quince minutos. O al otro día. Todo depende.
Casi siempre lo encuentra. Los más solicitados son los libros antiguos y los de historia. Políticos, investigadores y toda clase de intelectuales dominicanos suelen recurrir a Daniel en busca de reliquias escritas, tratados o antologías.
“He tenido libros con fecha de 1600”, dice Daniel como si nada.

No habla mucho, pero es tal la complicidad que se da entre él y sus fieles seguidores que muchos de sus libros andan rodando por ahí, prestados y fiados. Y si a alguien se le ocurre decir que están “un poco caros”, Daniel le responde que se fije bien en el libro. Le insinúa que no se trata de cualquier libro y que lo más probable es que dure mucho en conseguir otro parecido. Y tiene razón.
“Los que aparecen en cualquier librería los dejo bien baratos, pero hay otros que no se encuentran ya fácilmente. No los puedo vender igual”.
Daniel no deja que se acumule el polvo ni el moho, aunque el olor a papel viejo es tan fuerte, a veces, que provoca tos.
Eso no impide, sin embargo, que los clientes se sumerjan en ese mar largo y estrecho de hojas y lomos de todos los colores en busca de un libro. El los deja. Están en casa. Una casa pequeñita que guarda siglos de conocimiento, tinta, olores y papel.

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Publicado en Lecturas de Domingo
Listín Diario, 20/4/2008