28/1/10

Una ronda por tu cumpleaños

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¿Periodista, yo? No, gracias. Los tres cañones que en dos horas anunciarán la entrada en vigencia de la nueva ¿Constitución? vigilan mi entrada al Ayuntamiento de la ciudad. Las calles que dan al Congreso están cerradas. El Presidente hablará y hay que proteger su cuerpo. La cita con él es a las 4:00. La mía es a las 2:00. Llegaré tarde. Con lo que odio llegar tarde, y ese señor que fue tan gentil al concederme la entrevista. Cada vez que me toca ir al Ayuntamiento llueve. Como esta tarde. Al salir, una mata en miniatura de lo que en 20 años será una gran ceiba nos cobija a mí y a otras dos desdichadas chicas que, sin vergüenzas, se apresuran a hacerse un tubi para cuidar el cabello. Por Dios, antes muerta que sencilla. Amaina. Me hago un turugo con el pelo, me saco el abrigo, lo tiro sobre la cabeza y echo a andar. Los patriotas ya tienen preparadas banderas pequeñitas para ondear al compás de la caravana presidencial. Cruzo la Churchill (o el otro nombre que le pusieron a esa altura). Mientras todos corren hacia el Congreso, con cámaras y libretas en mano, para ubicarse bien, aprovechando la ocasión, la cita histórica, yo le huyo al molote, a la historia. ¿Periodista, yo? No, ombe. Como que debí estudiar otra cosa, pienso. La llovizna no para. Frente a la Lotería, como siempre, el hervidero de gente me recuerda que estoy rodeada de funcionarios y empleados públicos, con sus uniformes oscuros, sus peinados llenos de spray y las caras pintadas las hembras; celulares en mano y sonrisas de estar hablando con sus amantes los hombres. Algunas caras me miran medio raro. Qué se creen. Me suelto el pelo, por si acaso es el turugo, guardo el abrigo y las miro también. Tomo un carro en la Independencia. 3:06. Los letreros llenan los ojos. Casas de cambio. Alicia Ortega en la esquina de Antena 7. Un comedor. Una cafetería. Una foto de Duarte. Ah, sí, es su natalicio. 26 de enero. ¡¡¡Piiiiiii, run-runnnnn, tanrammmm!!! ¡=)%&@!

Avanzamos. Muy gentil, el chofer. No habla ni tiene música rara. Hasta el Parque. 20 pesos. No llegues, sopor. Disfrutemos el paisaje, la bulla. Casas de colores, tapones, carros, la carota del ex primer niño de la ciudad, Robertico, anunciando su próximo ¿trabajo? teatral. Pobre Robertico. A pocos metros, la cara de su papá, Roberto, que se postula a la sindicatura por tercera vez. De nuevo la cara de Roberto. ¿Qué tendrá el carguito ese? Bocinas. Tapones. La Lincoln. ¡Piiiiiiiiiiii! Un semáforo en rojo. El hotel amarillo que nunca cambia de color. La embajada española, los coralillos viejos de la Cancillería, la pintura vieja del Banco Agrícola. Los barrotes corroídos de la torre que parece un bizcocho. Los laureles a lo largo de la avenida, sus raíces aéreas que cuelgan. Los chicos de la UASD, los bares de la UASD, las cosas de la UASD, que hoy inicia la docencia. Otro tapón. Asadero Los Argentinos, cocinero se hace, asador se nace. Pero qué pena, el lugar está abandonado. El letrero de un banco. Qué mal me caen los bancos. La Máximo Gómez. Semáforo en rojo. La cosa redonda y transparente del Palacio de Bellas Artes que alguien instaló allí para hacerle competencia a la pirámide del Louvre. El Grupo Niche. Siempre peleando, esto se tiene que acabar, vueltas y vueltas... Muchas banderas que cuelgan de los edificios. Duarte, verdad. La escuela laboral. Una doña que sale de un residencial y tira una funda de basura sobre un montón que reposa sobre las raíces de un laurel. Los mozos del restaurante Riazor, esperando por clientes. Suerte tenemos, quien se acuerde de los dos, y hay un corazón que tiene... Una farmacia, otro tapón. Bocinas, gente. Esso. Los laureles antes de llegar al parque, cuyas raíces, tan largas y gordas, rompen las aceras y se extienden por debajo del cementerio para abrazar a los muertos, que sufren de frío ahí abajo, los pobrecitos. ¡¡¡¡¡Piiiiiiiiiii, tan-tan, ruuun-runnnn!!!!! El parque Independencia. 3:33. Hasta aquí llegamos.

La otra cita es a las 5:00, en la Zona Colonial, así que, en lo que llega la hora, todos los caminos conducen a un solo lugar: La Cafetera. Mientras tanto, ¿por qué no aprovecho para comprar barro en polvo? Hace seis años, una señora lo vendía en la Billini casi con Santomé. Vayamos, pues. Qué nostalgia. Trabajaba por ahí. Tomo la Nouel, bajo por la Espaillat, alcanzo la Billini. Muchas cosas han cambiado. Donde estaba la cafetería hay un supermercado, el local del bar está cerrado y se vende. Donde trabajaba (relaciones públicas, investigación) han puesto una clínica dental. La banca, el colmado, la zapatería siguen ahí. Y nada de la doña que vende barro. Entro al lado, donde el señor de los dulces (vende todo de tipo de dulces, yo le compraba muchísimos). El señor, medio tu-tu, no se ha enterado de que por ahí vendían barro, como quien dice a su lado. No, no se lo perdono. Subo por la Santomé. Ahí está el hospital psiquiátrico Padre Billini, con su verde claro casi perdido y el reguero de gente en la entrada de emergencias. Un enfermo mental duerme en uno de sus portales. ¡¡¡¡¡Piiiiiiii!!!!!! ¡Ja,ja,ja,ja! %¿?”(•$(@! Cuchicheos aquí, cuchicheos allá. Una pasante cruza la calle riendo sola. ¿Se habrá contagiado?
Doblo a la derecha y de nuevo salgo a la Nouel. Otro enfermo en otro portal del hospital, por donde sacan a los muertos. ¿Cómo lo sé? Un día pregunté por qué salía siempre agua por debajo de esa puerta y me dijeron que detrás de ella lavaban y entregaban a los muertos. Jamás volví a pisar esa agua. Camino. ¿Cuánto falta para llegar a La Cafetera? La fachada de la iglesia del Carmen, tan linda, con esa mata en la esquina cuyo nombre nunca recuerdo a tiempo. Espero para cruzar la calle y tomar la Sánchez, hacia arriba. El tipo del carro que me corta el paso, en lugar de dejarme pasar baja el vidrio y dice unas cosas. Lo ignoro a propósito. Cruzo. Ah, la vitrina de la librería América queda justo frente a mí, con sus libros de hace 400 años que venden a precio de hoy. Marilyn Monroe, Cómo hacer que su hijo se aleje de las drogas, Ajedrez: 2000 años de historia… Doy la vuelta para entrar: está cerrada. Parece que lleva mucho tiempo cerrada, por eso los libros han perdido el color. Tomo la Sánchez y en El Conde doblo a la derecha. ¿Faltará mucho para llegar a La Cafetera? Nunca recuerdo entre cuáles calles queda exactamente. Sí, después de la Duarte. Está mojado el pavimento, parece que también por aquí acaba de llover. Heyyy, morena, ven, hagamo un chichí. Coooooñ…. (no, mejor no la termino. Nunca he dicho esa malapalabra. Por fea, por eso), ¿pero será que la borraron del mapa? ¿Dónde está La Cafetera? La necesito más que nunca. 3:49. ¡¡¡¡Piiiii!!!!! Un carajito llora por allí, dos tipos discuten por allá. ¡Mira, mi amol, tarjetas, CD, películas…! Camino, casi corro. No debe faltar mucho. 3:51. Ahí está.

Entro rápido, me siento frente al bar, saludo a Franklin. Un café largo, Rogelio, por favor. Respiro. Qué diligente, qué rico huele. Respiro de nuevo. Tomo un poco, disfruto el sabor, el caliente y... sí. Luego de aguantar por casi una hora el ruido infernal de la ciudad, la bruma oscura y el agua inoportuna de una tarde de ¿invierno?, después de poner la existencia en duda, con el aroma del café y el entrañable ambiente de La Cafetera llega la imagen que faltaba, que lo llena todo y que provoca un suspiro lento, deseado: tú. Con esa sonrisa boba y esos ojos que me miran como si, entre el cielo y la tierra, no existiera cosa más hermosa que yo. Con tu inconfundible aire bohemio, tus manos cálidas... Presto a escuchar, a entender mis locuras, llenándome de una dicha que casi toco, que casi veo... Y nada. Con tu presencia rondando tan cerca, ¿cómo no dedicar el resto del día a soñar?

24/1/10

La felicidad (Andrés Neuman)

Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal. No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo: iba a decir el mejor, pero diré que el único. Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal. Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo y domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto. Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los gruesos brazos de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda desde hace años con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo tanta paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas, y algún día, muy pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posi­ble cuando yo sea como él y lo dejemos solo.

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Alumbramiento, cuentos
Páginas de Espuma (2009)
Pág. 85

16/1/10

Sangre azul (relato corto de Pedro Antonio Valdez)

Ese día, los médicos comprobaron estupefactos que el Príncipe era único sobre la faz de la tierra, porque realmente tenía la sangre azul. La noticia fue terrible: no hubo manera de hallar un donante que tuviese tal tipo de sangre, y el Príncipe tuvo que morir en el quirófano.

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La rosa y el sudario (2001)

7/1/10

Don Papo, toda una vida entre historietas


Yaniris López

Santo Domingo.- La historia transcurre antes, durante y después de la Revolución de Abril de 1965. Aurelio de León, don Papo, abandonó el colmadito que tenía en Ciudad Nueva y abrió un puesto de revistas en un zaguán de la esquina El Conde con Santomé en 1963, luego del golpe de estado al presidente Juan Bosch. Los niños, sobre todo, se apiñaban para comprar y cambiar paquitos que han hecho historia, y los adultos para comprar y cambiar Vanidades, Cosmopolitan, Amigo del Hogar y la local revista Ahora.
Oriundo de San Francisco de Macorís, cuando estalló la Guerra Civil volvió a su tierra cibaeña y cerró con llaves el puesto de revistas. Como no se acostumbró, volvió a los 19 días. Pero las revistas ya no estaban. Su pequeño zaguán, donde funcionaba una oficina de profesores, había desaparecido. La explicación de don Papo es muy lógica.
"En el lugar funcionaba un comando (constitucionalista) y ellos (los combatientes) encontraron las revistas y los paquitos y los tomaron. Imagínate, no había televisión, no había cine, había toque de queda. No había luz. Nada más les quedaba eso, pero la lectura es cultura”, explica, como excusándolos.
Y don Papo tuvo que empezar de nuevo. De revistas y paquitos le suplía y le sigue supliendo la librería Amengual, que para entonces funcionaba también en la calle El Conde. Un pariente le dio 20 pesos (para que no se le ocurriera volver al campo, “a perderse”) y con ese dinero se fue a la librería y compró tanta mercancía que debió transportarla en una carretilla. Se instaló en otro local de la misma calle, en el número 460, bajo las escaleras de un edificio ubicado entre las calles Santomé y Espaillat. De eso hace ya 44 años y el espacio, diminuto, estrecho, que no alcanza los dos metros de ancho, sigue ahí, como si el tiempo se hubiese detenido, apretujando en sus paredes miles de revistas, libros e historietas que ya forman parte de la historia de la Zona Colonial.

Perseverancia
Por lo que cuenta don Papo, podría decirse que el estallido de la Revolución de 1965 benefició hasta cierto punto la publicación de revistas y paquitos y tras su cortina se formó una generación de ávidos e inteligentes lectores.
“La Revolución estaba en sus buenas, tenía 22 días de haber empezado. Cuando surtí la tienda con los 20 pesos que te digo, se vendió todo ese día, porque no había nada, cuando hay toque de queda desde las 6:00 de la mañana, tú leías los paquitos con vela, porque no había luz ni nada”, indica don Papo.
Al margen de la guerra, es bien sabido que las historietas definirieron en gran parte de América Latina una época de lectura fantástica en la que Archi, los personajes de Walt Disney y las Leyendas de América, Tarzán y los superhéroes como Superman y el Hombre Araña hicieron suspirar y emocionar a más de uno.
Y al llegar los 70 y 80, cientos de niños y jóvenes aprendieron historia y geografía con Kalimán, Memín, Samurai, Fuego, Águila Solitaria y muchos otros relatos. Coleccionar estos paquitos era un ritual, una norma, un estilo de vida. Nuevos costaban 5 cheles y cambiarlos dos o tres, pero una vez usados don Papo los cambiaba a dos por 5 cheles. Al bajo costo de los ejemplares contribuía la proliferación de editoriales en México, de donde provenían casi todos.
“Lo primero que empezó a llegar para la Revolución fue la revista ‘Life’. Yo tenía uno de los pocos puestos de revistas, nos avisaron de la librería, traje dos paquetes y nada más duraron un ratico”, sigue don Papo. Costaba 30 centavos”.

Todo público
Las damas eran, también, grandes consumidoras de las revistas de don Papo. Las páginas eróticas de Deseo, las heroínas románticas de Bianca o Jazmín, las novelas inéditas de Corín Tellado incluidas en la revista Vanidades o las ilustradas Yesenia y Rubí inspiraban a los corazones femeninos, que se enamoraban de los protagonistas y cultivaban de esta forma el gusto por la lectura.
“Aquí venía Charityn Goico y se tiraba en el piso a buscar paquitos”, recuerda don Papo, casado y con tres hijos.
En el casi “imperceptible” lugar, las revistas y novelitas siguen llegando. Los paquitos de antaño son más difíciles de ver pero puede que aparezcan algunos. Si desea rememorar sus viejas lecturas, o iniciarse en ellas, ahí está el callejón de don Papo, que abre tempranito en las mañanas, envuelto en el mítico ambiente de la calle peatonal.

Sobreviviente
Don Papo es el único que mantiene bien surtido un puesto de revistas en la Zona Colonial, donde además vende periódicos, calcomanías, chucherías y libros clásicos de esos que les ponen a leer a los estudiantes. Y pese a lo poco rentable que pudiera parecer un negocio de este tipo, a don Papo le ha significado una vida llena de grandes satisfacciones. “Mucho mejor que el viejo colmado”, dice.
“No tengo que trasnocharme y era muy sacrificado”. Su trabajo y perseverancia fueron reconocidos en la pasada Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2009, una actividad en la que su cara es bien conocida en el espacio reservado a las historietas.
Aunque ya no tanto “porque en Internet lees todo”, don Papo asegura que la gente sigue leyendo e intercambiando novelistas y revistas, sobre todo los lunes, que llega mercancía nueva y el pequeño local se abarrota de lectores. Él deja que las personas entren y busquen títulos específicos porque en esa parte no es bueno.
“No los sé ninguno. Los conozco por la colección, pero la gente entra y rebusca las que quiera en particular”, se ríe.
Una de sus antiguas y más fieles clientas, doña Beatriz Olivares, estará encantada de saber que el local sigue ahí, abierto a nuevos y viejos lectores.

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Publicado en Ventana
Listín Diario, el 2 de enero de 2010