24/7/11

La poesía de hoy

El sinoficio del profesor llevó al aula una lista de más de 300 obras de poetas dominicanos. ¿Hay tantas, pensé? Uf. Mínimo, léanse 50, dijo. Todos los caminos conducían a un solo lugar de la Zona Colonial (legendario y entrado en años) y allí nos fuimos Yulen y yo, disciplinadas, locas por conocerlos, por leerlos. A los muertos y a los vivos, a los que escribieron sus poemas y a los que se los dictaron. El lugar olía a humedad y ellas, como siempre, se quedaron sentadas, respondieron sin reír el saludo y nos dejaron escudriñar los estantes hasta que decidimos, más que por pedir ayuda con los títulos, entablar conversación con tan reconocida figura del mundo editorial local. Ella se asombró de todos los títulos que debíamos buscar y nos advirtió que muchas de esas obras sólo se encontraban en bibliotecas viejas y que otras apenas las conocía.
Y díganos, preguntamos Yulen y yo, de indiscretas, ¿lee poesía, cuál es su poeta favorito?
–Ahora casi no leo –confesó.
Y agregó con una mueca:
–No me gustan los poemas de ahora. Ni siquiera riman…

13/7/11

Un cuento para 'odiar' a su autor

Mira que hay cuentos hijosdelagranputa, pero este del grecoirlandés Lafcadio Hearn dice quítate. Se llama El secreto de la muerta. Lo resumo. La chica muere, queda en el limbo y se aparece en su cuarto con el deseo de llevarse “algo” que se le quedó. Por más que desmantelan la habitación, nadie da con la “cosa” que la mortifica y que le impide descansar en paz. Al igual que la familia de la muerta, el lector comienza a desesperarse a medida que avanza el cuento. Entonces llega el sumo sacerdote del pueblo, habla con ella, le dice que la ayudará y le pregunta si olvidó “algo” en la estancia. Ella asiente, él lo busca y lo encuentra: era una carta.
—Esta misma mañana será quemada en el templo —prometió el sacerdote—, y nadie la leerá salvo yo.
Y eso ocurrió exactamente. La muerta no volvió. Y el sacerdote, como buen sacerdote, guardó su secreto…

4/7/11

Regrésamelo

Acércate.
El fondo,
¿logras verlo?
Oscuro.
Frío.
Agrietado.
Con las huellas
de tus manos
en las paredes de carne.
Con tu firma
en la sangre.
Es el hueco que
ha quedado
en el lugar
donde
una vez
estuvo
un corazón.