14/10/12

“Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida”

Aunque publica desde 1973 (Oficio de post-muerte), el primer libro que nos acercó a la obra literaria del dominicano Alexis Gómez Rosa fue, hace poco tiempo, Si Dios quiere y otros versos por encargo (Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez 1991).

Para entonces fue una sorpresa descubrir el estilo desenfadado con que Alexis, ahora de 57 años y radicado en Nueva York, se refiere a los personajes de sus versos, a sus amigos, a su familia, incluso a las instituciones publicas del país. Igual los ensalza como los ataca, critica o manda recados. 
Para él la poesía no respeta nombres, rangos o sentimientos. Es social, es personal, es medalaganaria, es liberal, es cotidianidad, es postguerra, es lenguaje, es él mismo…

Tampoco es común que un poeta reconozca tantos defectos personales es sus escritos y se sienta, como él, orgulloso de poseerlos. Es como si Alexis les sacara partido a sus borracheras, a sus noches de cama, a su glotonería y a su ¿confesa? inestabilidad emocional. ¿Desbocado y chabacano a veces, le han tildado? Pero con una imaginación irreprochablemente inmensa, única. Más tarde nos enteraríamos de que, antes de ser el Pluralismo un movimiento, Alexis ya usaba pentagramas musicales y geometría lírica como excusa para explotar y soltar tantos sentimientos.

Y luego Diógenes Céspedes lo definiría como «el único de los poetas de posguerra que vive continuamente en un estado poético. Hasta en su vida personal cotidiana él es todo un esbozo de un futuro poema».


La ironía que se cuela entre los versos, la forma abrupta de cortar las frases para reírse de sí mismo o hacer un comentario al margen y el relajo serio de sus denuncias nos recuerda, con permiso del lector, al también escritor dominicano Pedro Antonio Valdez cuando dice -refiriéndose a sus cuentos cortos- que le encanta torturar al lector, desafiarlo, que «sienta que acaban de darle un golpe de estado», que sienta «que acaban de metérselo frío».

No sabemos si a Alexis también le gusta torturar al lector. Pero lo hace.

Ahora que nos toca leer Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida (2004), hay que admitir que los años no lo han curado. En esta ocasión Alexis se atrevió a jugar con la muerte de personajes destacados de las letras y la sociedad dominicana y lo que, según él, como único lapidario, serían los epitafios adecuados para cada uno de los elegidos.

Combinando nombres con títulos de libros, experiencias personales y críticas abiertas, el libro es, como dice el poeta José Mármol en el prólogo: «La galería funeraria por excelencia de la cultura dominicana de los últimos tiempos».

Vivos o muertos, poetas, artistas plásticos, críticos de arte y hasta los chinos de Bonao no escaparon al humor del poeta nacido en Santo Domingo en 1950. No falta en cada epitafio el poco de "crueldad" que ha hecho famoso al autor: la burla con gracia, el localismo, el sarcasmo bien llevado. Recursos que, lejos de justificar una desmedida pasión por lo malo, lo incorrecto y la glotonería que lo caracterizan, hacen que el lector disfrute la obra y pase rápido los 88 epitafios. Es que además son cortitos. El más largo, dedicado a José del Carmen Vallejo, apenas alcanza 17 líneas.

Comienza con el poeta Domingo Moreno Jiménez y termina con Rita Indiana Hernández. Se mete con nombres sonoros y otros no tanto. Eso, al menos, cree el lector, que deduce que Alexis los conoce a todos muy bien. Porque al final sus breves epitafios son biografías minúsculas que obligan al lector a ubicar un diccionario o investigar en Internet para continuar la lectura. Las figuras literarias más recurrentes, aquí, importan poco. El lector se concentra en los calificativos, en los versos libres, en las líneas de una palabra…

Algunos tienen la suerte de ser «insigne dramaturgo», «benemérito», «eminente sociólogo» o «el más grande libre pensador post-Trujillo». A otros les toca ser «rebelde y crítico aún después de muerto», «aguerrido, cínico y culebro», «…maricón, pero además iluso, soñando singar extraterrestres». ¿Quiénes son? Que lo descubra el lector y condene su atrevimiento.

Poco le importa al autor que el aludido se ofenda:

Murió un negro,
murió un poeta negro.

Entonces, no ha muerto nadie.
Repito: no ha muerto nadie.

Si se llama Adrián Javier,
es un error del destino.

Una vez terminados sus mensajes lapidarios, Alexis aprovecha las últimas páginas del libro para, una vez más, dejar escrita su visión de que «definitivamente el mundo está enfermo», una burla a la sociedad dominicana echa poesía y que describe en el número uno de los Sermones del Cristo de Bayaguana:

Es como si el mar se desatara
en miles de huracanes babosos;
y la tierra, resquebrajada,
con voz de terremoto
soltara de sus grietas bulímicas
una epidemia terrible de cobras,
alacranes y viudas negras,
que se instalarán en el Palacio Nacional
y en las oficinas públicas; en los bancos
comerciales y en el sistema financiero;
en las Cámaras de Senadores
y Disputados: esa encorbatada
jauría de rufianes que al ladrar,
terminan chapándose el trasero
.

Sus palabras confirman su condición de crítico generacional:

Sin embargo en esta fecha noto
que la iglesia ha vuelto a ser
cueva de ladrones, y la bondad
y el sacrificio, divisa
del idiota y el pendejo.

Sus ojos de borracho no inspiran, es verdad. Es su pluma la que da la cara por él. En esta obra, Alexis no le hace honor a la poesía rebuscada, a los versos inspiradores. La geometría y las formas pictóricas del Pluralismo tienen otros matices ahora. ¿Cierra esta obra, ciertamente, como insinúa Mármol, un ciclo de poesía escatológica en el autor, su pentagrama musical, sus pluralemas? Ya lo sabremos.

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2007
Corrientes Poéticas Dominicanas (Let-713)
Maestría en Lengua y Literatura (UASD)
Práctica para el profesor Nan Chevalier

 

4/10/12

Yo te conozco, sé lo que piensas (10)

Para ti mi cuerpo es un hotel. Y yo qué vergüenza quiero que lo sea. Regresa. Atraviesa el océano. Prometo dejar en la entrada tanto miedo, tanto recato, tanta prudencia, tanto decoro. La puerta del cuarto estará abierta. Llega de noche, tus mejores horas. ¿Ves la luz filtrarse por la puerta? Es el resplandor de mi piel, que celebra por adelantado el encuentro.
(…)
(…)
(…)
No. Quédate. Mejor no regreses. Olvidé que en mis huesos, en mi mente y en mis entrañas, cuando se trata de ti, todavía es temporada baja.