El escritor español, autor de «China para
hipocondríacos» y ganador del premio Alfaguara 2013 por «La invención del
amor», cree que el panorama literario está cambiando. ¿De qué forma?
-----
Yaniris López
Santo Domingo
-----
José Ovejero estuvo por primera vez en Santo Domingo.
Fue uno de los escritores extranjeros que este año engalanaron los pabellones,
aceras y auditorios de la Feria del Libro.
Referencia entre los viajeros por su «China para
hipocondríacos», el ganador del Premio Alfaguara de Novela 2013* por «La
invención del amor» apartó unos largos minutos de la agenda «feriera» y
conversó con LISTÍN DIARIO, entre muchas cosas, sobre sus inicios en la
literatura, los libros caníbales, los ‘best seller’ y de cómo el panorama
literario está cambiando.
Yalo: Dices en «Qué raros son los hombres» que «es
difícil conversar con alguien sobre cuyos orígenes no puedes indagar». ¿Cómo
fueron los tuyos en la literatura? Comenzaste a publicar a los 35, lo que muchos
considerarían «algo tarde».
Ovejero: En realidad publico tarde pero escribo
temprano. Llevaba muchos años escribiendo pero no vivía en España, no tenía
ningún contacto con el mundo cultural ni periodístico ni nada por el estilo.
Además, vengo de una familia obrera, no vengo de un medio ligado a la cultura.
Pero yo quería ser escritor ya de niño. Aunque no venía de un mundo cultural de
niño leía y escribía mucho. Escribía, iba escribiendo, lo guardaba en un cajón
y de vez en cuando se lo enviaba a un editor que ni me respondía. Y ya está.
Pasé muchos años escribiendo sin publicar una sola línea.
De eso que escribías entonces, ¿cuánto se quedó en el
cajón?
Muchísimas cosas las destruí, ni siquiera quedaron en
los cajones. Algunas sí quedaron y lo que luego publiqué creo que lo escribí
alrededor de los 30, una cosa así.
Las alertas sobre el futuro de la literatura son muy
pesimistas: que si atraviesa por una crisis, que si algunos géneros
desaparecerán, que si hacen falta buenos títulos y nombres de referencia que la
rescaten, ¿lo crees así?
Esos mensajes apocalípticos en general no me parecen
que estén justificados. No se lee menos que hace 20 años, se lee más. De hecho,
bastante más en prácticamente todo el mundo. Lo que sí está sucediendo es que
cada vez se leen menos títulos. Es decir, el mercado está cada vez más
concentrado en cuatro o cinco ‘best sellers’, que es lo que lee todo el mundo,
y es mucho más difícil que la gente lea, que la gente llegue a esos libros que
no están entre esos ‘best sellers’. Pero momentos así ha habido siempre. Y no
es verdad que sea fácil publicar. Intenta ahora como autor joven en España… Lo
tienes difícil, no es nada fácil publicar. Sigue habiendo, además, pequeñas
editoriales con un programa independiente y cada vez con mayores posibilidades
de difundirse en la red. O sea, lo que creo que sucede es que estamos en un
momento de cambio, y en los momentos de cambio la gente se pone apocalíptica
porque se está destruyendo el mundo que conocía y lo confunde con la
destrucción del mundo, y no, no es el mundo, no es todo, es lo que tú conocías,
lo que apreciabas lo que está desapareciendo. Está cambiando el panorama
literario, a muchas editoriales les va a afectar negativamente -y les está
afectando-, pero estoy seguro de que van a surgir otras posibilidades que ahora
no vemos.
Y ante este panorama y esas percepciones apocalípticas,
¿cuál es el reto que tienen por delante los escritores?
Escribir bien sean cuales sean las condiciones, sean
cuales sean los canales de distribución. Lo fundamental es hacer arte, un arte
serio, y ya encontrarás la manera de dar a conocer todo aquello. Y hay otro
reto, más complicado a no ser que seas muy joven, y es cómo compatibilizar la
escritura con las nuevas tecnologías y con las posibilidades que ofrecen.
Aunque se ha dicho mil veces que la novela ha muerto, es mentira. La novela
sigue viva, se está transformando y creo que se va a transformar mucho más en
el momento en que de verdad se extienda el ‘e-book’, cuando la gente empiece a
leer en una página que no es una página y en el que pueda conectarse a
distintos enlaces. Todo eso va a transformar nuestras costumbres, pero la
transformación no significa el fin; significa el fin de algunas costumbres y el
nacimiento de otras.
¿Entonces no necesita la literatura actual, como
insinúan algunos críticos, de grandes títulos que pasen a formar parte de los
grandes clásicos? ¿Y qué se creen, que en el siglo XVI los ‘best seller’ eran los autores que
estamos leyendo ahora? No, en los siglos XVI y XVII los que más vendían eran
autores de los que hoy no sabemos absolutamente nada. Si hoy son los manuales
de autoayuda, entonces eran libros de jardinería y de cocina. Esos eran los
auténticos ‘best sellers’, no eran esos grandes dramaturgos que conocemos hoy;
o sea, no ha cambiado tanto.
Pero en el fondo, ¿no les gustaría a los autores
convertirse en clásicos?
Es que como es algo que no depende de uno mismo en el
fondo no tiene mucho interés ocuparse de ello. No tiene sentido qué significa
ser clásico: ¿que dentro de 100 años me lean en las escuelas como uno de los
grandes autores? No lo sabré. Hago lo que puedo, ahora que puedo y lo demás no
depende de mí.
Hubo varias interpretaciones de «Libros caníbales, o
cómo los libros consumen a los lectores», la conferencia que ofreciste en la
Feria del Libro…
La idea es difícil de resumir. Los hitos que consumimos
nos cambian. El automóvil cambió nuestra forma de vida, de pronto ya no estamos
anclados en un lugar. Internet ha cambiado quiénes somos, cómo somos y cómo
establecemos nuestras relaciones sociales. Yo me preguntaba cómo nos cambian
los libros que nos leen, y me preguntaba cómo nos cambian los libros que
leemos. Un poco así como la dinámica del ‘best seller’ y el tipo de personas
que exigía un ‘best seller’, alguien que está a la moda, que lee y consume lo
último. Un poco como la moda Zara. Mucha gente no busca ya que el vestido tenga
una gran calidad o que sea original. No. Quiere llevar lo que llevan todos y
estar a la moda, y todos los años o cada seis meses cambiar de ropa. Y el ‘best
seller’ es un poco eso. Tienes que haber leído las «Cincuenta sombras de Grey»
para poder opinar, para estar en... o lo que sea. Ese es el lector que consume,
que ni siquiera tiene tiempo o capacidad de tener un juicio crítico porque te
dan ya, te eligen lo que tienes que leer. Es como que te lo impone un poco el
entorno.
¿Tienen algo de culpa los medios de comunicación?
Pues claro. Porque los medios de comunicación vivimos
en el mercado, y los medios de comunicación saben que si están informando de un
libro buenísimo pero que sólo lo van a entender 500, no van a comprar por eso
el periódico, pero si informan de las «Cincuenta sombras de Grey», entonces sí…
¿Y de qué forma esto afecta a la literatura? ¿Eres de
los que opinan que para que no lean, que lean «eso»? ¿Quién decide lo que es
bueno o malo?
Digamos que no es posible decidirlo en casos concretos,
porque lo que es bueno o malo depende de un montón de criterios. Lo que
establecería es la diferencia entre los libros que no exigen nada del lector y
que lo único que pretenden es entretenerlo un rato y que se olvide de sus
problemas, y los libros que exigen algo del lector y que intentan llevarlo a
pensar un poquito más de lo que piensa, a sentir un poquito más de lo que
siente, o cosas nuevas. Para mí esa es la diferenciación fundamental. Y el
problema con los ‘best seller’ (no tengo nada en contra de los ‘best sellers’,
eh, como tampoco tengo nada en contra del fútbol. A mí me gusta entretenerme de
vez en cuando, escribo ensayos y soy muy sesudo pero eso no significa que lo
sea 24 horas al día, también me gusta el entretenimiento)... El problema es que
cuando cuatro o cinco títulos copan prácticamente toda la lectura y toda la
atención mediática entonces estamos perdiendo un montón de esas otras
propuestas un poquito más exigentes pero que quizá nos enseñarían más. No tiene
por qué ser una literatura de ideas, pero me refiero a pensar en el sentido de
obligarte a acercarte a ciertas cosas que a lo mejor no veías y pueden ser
ideas, pueden ser emociones, puede ser la reflexión sobre uno mismo.
Escribes cuentos, novelas, poesía, obras de teatro,
ensayos y crónicas de viaje. El talento todo lo puede, pero como marcha el
mundo de ajetreado, ¿cómo logras concentrarte y sacarle tanto jugo a la
imaginación?
(Risas). Pues es un poco absurdo decirlo pero es que
trabajo mucho. Escribo mucho y no sólo que escribo mucho, sino que antes de
escribir paso mucho tiempo dándole vueltas a cómo hacerlo. Cada novela, cada obra
de teatro y cada libro de poesía no es que me llegue la inspiración y me ponga
a escribir, sino que se me ocurre una idea y paso meses dándole vueltas: ¿va a
ser un cuento?, ¿una obra de teatro?, qué voz narrativa va a tener? Y luego
poco a poco me voy acercando a la historia y me pongo a escribirla con un
género o con otro. Cada género te permite hacer cosas distintas y es lo que me
interesa hacer. Siempre corres el riesgo -soy consciente de ello- de una cierta
superficialidad, de no acabar dominando ninguno de esos géneros, pero ese
aprendizaje de algo nuevo cada vez es muy interesante, es muy estimulante y,
bueno, ahí estoy, intentando no quedarme en esa superficialidad, sino conseguir
con cada género llegar a donde me gustaría llegar.
Esta pregunta va en serio. ¿Y si te pusieran una
pistola en la cabeza y te obligaran a elegir un género, con cuál te quedarías?
¿Ahora mismo? Lo que pasa es que he cambiado. Pero si
me dicen sólo tienes que cultivar uno a partir de ahora sería la novela. En
este momento. Si me lo hubieras preguntado hace cinco años te hubiera dicho que
el cuento. He ido cambiando, antes escribía mucho más cuentos que ahora y me he
ido yendo sobre todo hacia la novela y el ensayo.
Además de la dotación económica, del prestigio
mediático y de acercarte al público, ¿qué otra cosa valoras de los premios
literarios, de los que ya te han concedido algunos bastante famosos?
Volver un poco a la misma sensación que tuve cuando
tenía 35 años. Nadie me publicaba, nadie quería ni leer una línea mía y de
pronto me dan un premio literario. Es pensar que hay alguien ahí afuera, una
serie de lectores probablemente con criterio, que leen mis libros y dicen: «Ah,
qué bien». Entonces es como una confirmación de: Vaya, no voy por tan mal
camino como yo pensé durante tantos años porque a nadie le interesaba lo que
hacía. Cada vez que un jurado dice nos gusta digo: Ok, parece que voy conectando
con una serie de gente -aunque no sea un escritor para grandes masas-; que hay
un círculo de gente a la que le interesa lo que estoy haciendo, sigamos... Y
como además tengo los premios en distintos géneros es una confirmación, porque
piensas: Bueno, vale, me están diciendo que soy un buen novelista, pero ¿seré
un gran ensayista? Entonces me dan el premio Anagrama, y me digo: Son gente que
se dedica al ensayo y que me premia un ensayo, qué bien, vamos por buen camino…
Confiesas que te mortificaba mucho que nadie te leyera,
cuando tantos autores insisten en que escriben por mero placer y que publicar
no siempre es lo más importante.
Bueno, me mortificaba, claro, cuando no me leía
absolutamente nadie. Tenía una mortificación porque no conseguía publicar,
porque uno puede escribir para sí mismo, pero entonces no intentas publicar. Si
intentas publicar es que no es verdad que sólo escribes para ti. Pero sí hay
dos fases. Una primera: cuando yo me pongo a escribir sí estoy escribiendo para
mí mismo, soy yo intentando entender cosas, acercarme a determinados temas, y
no estoy pensando en a cuántos lectores voy a llegar o cómo o dónde. Pero al
mismo tiempo me di cuenta de que mi interés luego por publicar es porque
entiendo que eso que estoy haciendo también es algo que me gustaría comunicar o
a través de lo cual me gustaría que una serie de lectores se acerquen a un
tema. Yo no pretendo decirles lo que tienen que pensar, no soy un autor de
mensajes que diga cómo está la sociedad y sus males. Si me interesa un tema
luego se lo presento al lector. Y llega esa segunda vertiente, que es la de la
comunicación con una serie de lectores y no llegar a ellos pues sí, es como
truncar tu trabajo y dejarlo sólo en la primera parte, la de la escritura para
ti mismo.
La crónica de viajes, ¿poco trabajada por los
escritores de renombre?
Crónica de viaje hago muy poca desde hace ya años. Yo
creo que lo escritores sí escriben bastante crónicas de viajes, por una razón
muy sencilla: porque se las pagan, porque ser escritor no es un oficio
particularmente bien pagado. Hay un montón de suplementos de viaje y te
permiten -yo lo he hecho también- viajar a un sitio por el gusto de ir allí y
que una parte de la estancia me la pague un periódico o una revista. Y sí creo
que hay bastante escritores que, no de una manera principal, pero que de vez en
cuando publican crónicas de viaje.
«China para hipocondríacos» es toda una referencia en
la literatura de viajes y un libro de cabecera para los viajeros…
Sí. Creo que ese es mi libro más clásico. Me encuentro
con gente que me escribe diciéndome que fueron a China y se llevaron mi libro.
Ayer, en la Feria del Libro, se me acerca un chico y me dice. “Yo a ti te
conozco, Ovejero, de China para hipocondríacos”. Es un libro que se cita mucho.
De hecho, luego veía en algunas noticias de periódicos que se usa el juego de
China para hipocondríacos para hacer referencias a otros lugares: África para
esquizofrénicos, por ejemplo.
Los cambios constantes en la gramática, ¿influyen en el
trabajo del escritor o basta con concentrarse en el contenido y que un
corrector se encargue del resto? ¿Estos cambios los obligan a ser más exigentes
con su propia escritura?
Sí, eso es parte de ser escritor. Es una pelea que
tengo con mis alumnos de Escritura Creativa. A veces me doy cuenta de que
tienen algo en la cabeza pero no se dan cuenta de que no lo han escrito, sino
que han dicho algo aproximativo. No saben darse cuenta de que no lo han dicho.
Les digo: Espera, yo creo que entiendo lo que me quieres decir pero no está en
tu renglón y el lector no está en tu cabeza, el lector no va a saber lo que le
quieres decir si no se lo dices, y ese es el trabajo de escritor. Y una buena
parte del trabajo de escritor es repasar, revisar, corregir y conseguir decir
aquello que quieres decir. A veces me han dicho: «Es que tus descripciones son
tan fluidas, te salen así, ¿verdad?» ¡Cómo que me salen así! Me paso horas y
horas a veces con una descripción hasta que es la descripción que yo quiero
hacer. A menudo es obviamente capacidad de trabajo y de autoexigencia, pero hay
otra parte. Por supuesto que hay un corrector en la editorial y eso es siempre
muy de agradecer, porque a mí me pasa a veces -como a mis alumnos- que ya ni
lees, tú corriges y te puedes pasar de erratas, te puedes saltar frases en las
que falta un verbo y no lo ves. Está muy bien que haya correctores que digan
aquí me falta algo, o has repetido tres veces el mismo verbo, ¿quieres hacerlo
así o no?
¿Eres de los que sufren cuando cometen un error? ¿Años
de sufrimiento…?
Noooo. No tanto.
Pero lo malo es que siempre que publicas un libro de pronto lo abres y te
encuentras con algo que no está bien.
Dinos algo sobre los talleres literarios. ¿Ayudan
realmente?
Sí, yo creo que sí. Si no, no los daría. Lo que pasa es
que un taller literario no te garantiza que serás un buen escritor, porque para
ser un buen escritor necesitas dos cosas: una buena técnica -eso te lo puedo
enseñar, digamos, te puedo ayudar por lo menos a desarrollar tu técnica-, y una
visión original, es decir, profunda, diferente sobre algún tipo de realidad. Y
esa visión original y profunda, esa sensibilidad, esa comprensión no te la
puedo enseñar en un taller literario. Tiene que ver con tu experiencia, con tu
vida, con tu capacidad de empatía, con un montón de cosas y no con la
escritura. En la parte de la escritura, sí creo que pueden ahorrar un montón de
tiempo y de errores. Ayudar, por lo menos, a quien va a ser escritor.
PERFIL
Jose Ovejero nació en Madrid en 1958. Ha explorado con
éxito distintos géneros literarios: cuento, poesía, teatro, ensayo y la crónica
de viajes. Su primer libro publicado, Biografía del Explorador, le
mereció el premio Ciudad de Irún de poesía en 1993. También ha recibido los
premios Grandes Viajeros por China para hipocondríacos (1998), el Primavera de
novela por Las vidas ajenas (2005), el Gómez de la Serna por La comedia salvaje
(2011), el Anagrama de Ensayo por La ética de la crueldad (2012) y el Alfaguara
de Novela 2013 por La invención del amor.
Ovejero ha vivido en varios países y recientemente se
estableció en Madrid.
De la literatura dominicana confiesa que tenía pocas
referencias. «Conocía a Junot Díaz, Aurora Arias y una antología de cuentistas
que se publicó en italiano», dice.
-----
* Qué risa. Ovejero podía hablar de todo con los
periodistas, menos del Premio Alfaguara.
Mayo, 2013