28/9/11

Amor narcótico (son de Chichí Peralta)

Tu amor es algo tímido, reñido,
es algo típico, nada especial.
Eso dirían los demás.
Tu amor es una trampa, es una lanza
que traspasa la tranquilidad.

Es algo loco nada más.
Es tan impredecible, tan sensible
que se irrita cuando gritas,
cuando quieres respirar.
Tu amor es como un tóxico
es un efecto narcótico

que amarra cuando quieres libertad.

Y te quiero así
tan satírico y fanático
te quiero así
Cuando vives, cuando matas con o sin razón.
Cuando callas, cuando hablas, cuando amas.

Yo te quiero así
cuando alargas en el acto
toda mi pasión
cuando logras estrujarme
con fascinación
no pretendo alejarme
no quiero, yo no pued
o
porque te quiero así, así, así…

Tu amor es tan apático, tan lúcido,
romántico y algo brutal
es una mezcla singular.
Te arrulla, te desvela, te calienta, te congela.
Desorden total.
Es algo loco nada más.
Es tan impredecible, tan sensible
que se irrita cuando gritas,
cuando quieres respirar.
Tu amor es como un tóxico
es un efecto narcótico
que amarra cuando quieres libertad.

Y te quiero así
tan satírico y fanático
te quiero así
Cuando vives, cuando matas con o sin razón.
Cuando callas, cuando hablas, cuando amas.
Yo te quiero así
cuando alargas en el acto
toda mi pasión

cuando logras estrujarme
con fascinación
No pretendo alejarme
no quiero, yo no puedo
porque te quiero así, así, así…

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Para escuchar

26/9/11

Carta del enamorado

Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.
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Juan José Millás

Un microrrelato de Gabriel García Márquez

"...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida".

23/9/11

Siempre

Me han enseñado
que la felicidad me espera a la derecha
siempre.

Pero, ¿por qué?
si he tenido el corazón a la izquierda
siempre.

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Juan Miguel Rojas (venezolano)

15/9/11

Yo te conozco, sé lo que piensas (5)

La telepatía trae a mí tus últimos pensamientos. Como te gusta mucho el cine, recurres a él para lanzar un petardo tan duro que, esperas, termine por meterse en mis sesos de periodista de poca monta y me ayude a entender cómo es que funcionan las relaciones de pareja. Uno que duela, que duela mucho. A ver. Acomodas la barbilla en la palma de tu mano derecha, ladeas un poco la cabeza y recuerdas la respuesta que le dio el rubio protagonista de la película Correo para Bill Gates a la chica que le pregunta por qué está soltero. Y la lanzas al espacio telepático sin compasión, directo a mis neuronas.
"Hay 6 mil millones de personas en el mundo, la mitad son mujeres, ¿qué probabilidades hay de encontrar la adecuada?". Esperas a que la frase encuentre eco en algún sitio desocupado de mi abarrotado cerebro y luego sigues: "Son pocas las probabilidades, bonita, pero yo la encontré. Y no eres tú".

12/9/11

Por supuesto

"La existencia humana debe ser una especie de error".
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Arthur Schopenhauer, filósofo alemán

10/9/11

Felicidad clandestina (Clarice Lispector)

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.

Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:

-Vas a prestar ahora mismo ese libro.

Y a mí:

-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?

Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

4/9/11

Stéphane Hessel

"Fui muy peleón hasta los cuatro años. Entonces tuve una gobernanta que me dijo: 'Pequeño, la cólera es mala. Lo importante es que intentes ser seductor'. Me pareció una buena idea."
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El autor y diplomático francés en entrevista para El País