11/4/16

Las escultopinturas de Leíno Cabral

El pintor y escultor expone “Reino de la inocencia”, su cuarta individual, en el Colegio Dominicano de Artistas Plásticos (Codap) 

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Yaniris López
Santo Domingo
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Los personajes y figuras de las obras de Leíno Cabral sellan en cuadros de variadas dimensiones los recuerdos infantiles marcados por la felicidad.
Con la lengua afuera y los brazos arriba, los niños saltan y gritan en desbordada algarabía; las chichiguas surcan el cielo más allá de los marcos y caras con gestos de asombro, burla o advertencia sobresalen entre piezas mecánicas, animales y nubes de colores.
 Las siluetas de las figuras son metales; los colores, óleo.
Y todo lo plasmado no son más que las añoranzas infantiles del artista, vividas en el barrio de Villa Juana a finales de los años 50 junto a su hermano Freddie y recogidas en la exposición “Reino de la inocencia”.
Las 25 obras de la muestra, trabajadas en óleo sobre aluminio soldado, se exponen en el Colegio Dominicano de Artistas Plásticos (Codap) hasta el 12 de abril. Como en una ocasión explicó la crítica de arte Marianne de Tolentino, el público no verá en esta exposición ni en el conjunto del trabajo de Leíno cánones académicos, “pero sí una gran preocupación por la expresión, el relieve y el color, con esmero en la realización”.

El escultor Freddie Cabral dice que su hermano no comenzó la carrera en el arte como la mayoría de los artistas plásticos, que primero dibujan y pintan y luego experimentan con materiales. Tampoco comenzó muy joven.
Leíno ya tenía 40 años cuando Freddie, que sí se dedicó a la plástica desde pequeño, recreó aquí en 1990 “La puerta de los artistas”, una versión local y libre de la famosa “Puerta del Infierno” de Rodin.
Varios artistas intervinieron la pieza con dibujos y esculturas. Leíno se tomó un pedacito de la puerta y se atrevió con el metal soldado.
¿Y por qué metal? ¿Por qué fundir más adelante pintura y escultura?

Pasión por los metales 
Ambos hermanos crecieron en Villa Juana, entre los entonces abundantes talleres de soldadura, mecánica, ebanistería y desabolladura de vehículos. Ensamblando y reutilizando piezas viejas, con siete y nueve años ya creaban sus propios juguetes, incluso algunos muy ambiciosos, como patines y bicicletas.
“En lugar de pedir que nos dejaran Reyes, nosotros hacíamos nuestros propios Reyes”, comentan Freddie y Leíno a LISTÍN DIARIO. En el taller del papa de un amigo aprendieron a manejar el martillo, los destornilladores y sopletes. Más tarde, Leíno se dedicaría a la soldadura y a la mecánica como oficio profesional.
“Vivimos una infancia sumamente feliz. Desde que lo descubrimos, el metal ha sido una fuente de vida para nosotros”, cuenta Leíno.
Y de esa mezcla de pasiones, y a partir de su intervención en “La puerta de los artistas”, nacieron sus escultopinturas.
“Un día mi mamá me dijo que lo chequeara, porque se estaba volviendo loco. 
Leíno se había dedicado a hacer arte, abandonó todo, hasta el trabajo, y se puso a hacer algunas cosas con sentido artístico. Siguió trabajando y cuatro años después, en 1994, había reunido suficiente material para hacer una exposición. Todos nos quedamos asombrados”, explica Freddie. Sobre una base de aluminio La base de las obras de Leíno es el aluminio soldado y, en menor proporción, el lienzo. Para fijar los colores sobre el metal usa el soplete, un recurso que le permite dar a la obra ese aspecto en relieve.
“Lo que hace Leíno es extraordinario, es como si soldara los colores para que queden fijos. Toda su obra es diferente. He visto en muchos museos muchas formas de hacer arte y lo que él hace me impacta porque es nuevo. Uno suele decir que todo está hecho, o dicho, pero Leíno ha demostrado que no es así, que en arte todo es posible, que el arte sigue abriendo muchas ventanas y posibilidades”, opina Freddie.
Los detalles de las figuras que sobresalen de los cuadros son también un recurso tomado de esos experimentos infantiles.
“Buscábamos siempre la manera de que a nuestras piezas y esculturas les sobresaliera algo, un pie, un brazo.
Y las chichiguas… bueno, yo no hice chichiguas de metal porque el metal no les permite volar, y como no las pude poner a volar, las introduzco en los cuadros”, expresa Leíno. Eso encontrará la gente que visite la exposición, agrega el artista, “parte de esa infancia tan maravillosa que disfrutamos y que a pesar de los años me hace falta y sueño con ella: haciendo esos muñequitos de barro, patinetas”.

“Todo el mundo nace artista” 
En la obra de Leíno abunda el amarillo, un color con el que rinde homenaje al lodo con el que forjaron sus primeras figuritas. “La primera vez que vi una escultura fue de la mano de Freddie Cabral. La tierra con que las hacía era amarilla. El primer color que percibí fue el amarillo, y me fascinó. Todavía lo tengo en la memoria”.

 Nada disfrutaban más los dos hermanos que tomar todas las figuritas de lodo (cuando ya eran abundantes) y colocarlas en medio de la calle, para escuchar el “plog” de la tierra cuando los vehículos les pasaban por encima.
Leíno se refiere a su hermano Freddie como maestro, la persona que le ayudó a desarrollar la vena artística. Porque, para él, todo el mundo nace artista. 
“Es cuestión de encontrar el momento para desarrollar tu arte”, comenta. Leíno ha participado en 12 exposiciones colectivas y esta es su cuarta individual.