Recién me entero de la
muerte del profesor Celso Benavides y, al margen de la tristeza, no puedo
evitar esbozar una sonrisa. Benavides era el maestro perfecto, y no porque
fuera muy dulce o simpático, necesariamente. Docente en el área de postgrado de
la UASD, recuerdo que en las clases de Lingüística de la maestría en Lengua y
Literatura corregía con una dedicación pasmosa. Casi en todas las prácticas
incluía un mini ensayo en el que invitaba al estudiante a exponer sus ideas de
lo aprendido. Un día me entrega el mío corregido con una nota que decía: “Muy
bien escrito, señorita, pero eso que usted dice no es cierto, no es así…”.