como una
lima de dentista,
y la
memoria se te llene de herrumbre,
de olores
descompuestos y de palabras rotas.
Que te
crezca, en cada uno de los poros,
una pata de
araña;
que sólo
puedas alimentarte de barajas usadas
y que el
sueño te reduzca, como una aplanadora,
al espesor
de tu retrato.
Que al
salir a la calle,
hasta los
faroles te corran a patadas;
que un
fanatismo irresistible te obligue a prosternarte
ante los
tachos de basura
y que todos
los habitantes de la ciudad
te
confundan con un madero.
Que cuando
quieras decir: "Mi amor",
digas:
"Pescado frito";
que tus
manos intenten estrangularte a cada rato,
y que en
vez de tirar el cigarrillo,
seas tú el
que te arrojes en las salivaderas.
Que tu
mujer te engañe hasta con los buzones;
que al
acostarse junto a ti,
se
metamorfosee en sanguijuela,
y que
después de parir un cuervo,
alumbre una
llave inglesa.
Que tu
familia se divierta en deformarte el esqueleto,
para que
los espejos, al mirarte,
se suiciden
de repugnancia;
que tu
único entretenimiento consista en instalarte
en la sala
de espera de los dentistas,
disfrazado
de cocodrilo,
y que te
enamores, tan locamente,
de una caja
de hierro,
que no
puedas dejar, ni por un solo instante,
de lamerle
la cerradura.