23/7/16

Miguel Ramírez, 25 años de temblor poético y entrega al arte


“Diluvios en equilibrio”, la retrospectiva del pintor, dibujante, instalador, teatrero, ceramista y escenógrafo dominicano, se presenta hasta finales de agosto en el Museo de Arte Moderno (MAM)

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Yaniris López
yaniris.lopez @listindiario.com
Santo Domingo
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Cada una de sus exposiciones deja en el espectador la sensación de haber asistido a un evento único, exclusivo, personal. Como si fuera un privilegio acercarse y contemplar piezas que más allá de lo visual cuentan una historia; piezas que se dejan descubrir pero sin desnudarse del todo, que invitan a escudriñar, a involucrarse con ellas. 
Y ha sido siempre así, porque desde aquella primera exposición de pintura y cerámica presentada en 1994 en el Centro Cultural de España, Miguel Ramírez se consagró como artista visual multidisciplinario.
De hecho, es complicado hablar de su trayectoria y perfil artístico sin caer en la subjetividad que obliga a reconocer su maestría con el dibujo, la pintura, la cerámica, el teatro, el performance, la instalación, la escultura y la escenografía.
Egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes y de la Escuela de Arte de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), ganador de premios y menciones en bienales nacionales y profesor de artes plásticas y de creatividad escénica, Miguel es reconocido por sus colegas como un artista multifacético y discreto que deja que las obras hablen por él.
“Suyo es el dominio de las formas, las dimensiones, los cromatismos, el ensamblaje de tiempo y espacio en un lenguaje que lo denuncia como alma y materia de un momento histórico con sus particularidades aristas sociopolíticas”, lo describe el pintor, escritor y dramaturgo Diógenes Abreu.
Muchas de esas expresiones de arte conceptual y contemporáneo que ha venido desarrollando durante 25 años Ramírez las muestra en “Diluvios en equilibrio”, su individual número 17.
Para deleite de los que siguen su obra, hay de todo en la segunda planta del Museo de Arte Moderno (MAM): instalaciones, ensamblajes, collage, cerámicas, dibujo, arte objeto, acciones performáticas y videoarte.


El arte como medio de cambio
Un recorrido por “Diluvios en equilibrio” es también una invitación a reflexionar sobre migración, ecología, geopolítica, temas sociales y existencialismo.
“Son 25 años dedicado de manera constante y ecuménica al arte -dice Ramírez-. Porque el arte, para mí, más que una forma simple de expresarte, de ver e interpretar la realidad, es un medio de cambio y transformación en términos personales, humanos y sociales”.
Por eso, comenta a LISTÍN DIARIO, se preocupa porque cada una de sus piezas tenga “ese aliento, ese soplo, ese temblor poético de disfrute perceptivo”.
“De manera consciente siempre estoy dialogando con las ansiedades, con la incertidumbre, con las problemáticas que están aconteciendo en la vida humana de manera global”.
Un tema constante en toda su obra es la migración, pero no trabajada únicamente desde el punto de vista del traslado humano local y geográfico.
“El tema ha ido evolucionando y creciendo en mis concepciones artísticas que veo ya lo migratorio como una problemática existencial y filosófica”.
Una de sus mejores representaciones es la laureada instalación “Copérnico y las estrellas”, premiada en la Bienal Nacional de 2007.  
En términos formales, explica Ramírez, es una barca con asientos donde va una gran multitud y una gran cabeza en mirada de perfil, hacia la luz y las estrellas; una ventana para respirar y ver lo nuevo. El rostro es una recámara de neumático, un salvavidas, llena de bombillas. ¿El mensaje?  “Crear una especie de alegoría, de canto a cómo los seres humanos, por encima de todo siempre estamos buscando esa forma de movernos, de trasladarnos, aunque no sea físicamente. Nos movemos en los sueños, en la utopía, en nuestro imaginario”.
¿Cómo es el imaginario de Miguel Ramírez, el artista visual? ¿Qué le motiva a moverse? ¿Cómo vive su proceso de creación? ¿Qué le inspira? Quienes lo conocen y han seguido su trayectoria saben que es de poco “exhibirse”. Que su desvelo, como escribió Diógenes Abreu, “no es la pose del mercadeo, sino lo desnudo de la carne y los latidos de un corazón que se sabe vida más allá del proceso creativo”. Así que dejamos que sea él quien, con su particular modo de ver el mundo y el arte, se deje provocar y permita que le conozcamos un poco.


Veinticinco años de carrera. Diecisiete exposiciones individuales. Insinúas que esta retrospectiva es algo así como la consumación de una carrera de exposiciones que hace falta parar. ¿No harás más individuales?
Seguiré haciendo individuales. Es solamente que hay un momento en que llegas a un proceso de madurez, como de comprensión del oficio; un sitio donde ya sabes dónde estás con respecto al oficio del arte, que ya no se trata necesariamente de producir para presentar obras de arte. Prefiero vivir el proceso interno de mi taller. Para mí el arte no es presentar obras de arte, es crearlas.

¿Cuánto veremos de esos primeros años en “Diluvios en equilibrio”?
Comencé como pintor, saliendo de Bellas Artes, y como ceramista. Veinticinco años después mucha gente me recuerda como Miguel el ceramista. El que aprecia esta parte de mi trabajo no va a encontrar una gran representación de cerámicas en esta exposición. Solo verán dos piezas emblemáticas que han sido muy puntuales: las dos primeras piezas que decidí presentar de manera formal en las bienales y casualmente ganaron premios las dos. La primera se llama “Toten” y es muy experimental: varias esferas ensambladas, y es muy interesante porque son piezas muy entrañables porque en ese tiempo estaba trabajando muy de cerca con las mitologías taínas y africanas. Y es interesante porque siendo yo muy joven jamás pensé que la vida me iba a regalar un viaje a África, y tuve la oportunidad de estar allí, trabajando sus mitologías y pictografías, todo su imaginario. La segunda pieza, que de manera consecutiva gana también premio en la Bienal, se llama “La casa de las miradas”, una caja simple que parece guardar un tesoro,  alguna botija, pero que quedó petrificada. Tiene un tratamiento de figuras fosilizadas pero en realidad lo que cuenta, de lo que quería hablar con ella es de lo que está en su interior. ¿Qué había en esa caja? ¿Qué había en ese cofre que se petrificó? Por eso se llama “La casa de las miradas”.

Una de tus piezas más conocidas y versionadas son las figuras humanas delgadas detrás de alambres de púas que simbolizan, entre otras cosas, la libertad truncada. ¿Por qué elegiste una muralla tan dolorosa?
Porque así es la visión humana. Parecen piezas estacionarias pero al verlas en su dinámica compositiva son cinéticas. Queremos ser libertos, nos queremos liberar, queremos ser de alguna manera seres libres. Pero en definitiva vivimos atrapados en nuestras propias incertidumbres. Por más logros que alcancemos, por más transformaciones que alcancemos, no podemos obviar que este es un rato prestado. El ser humano tiene que convencerse, despertar interiormente y darse cuenta de que, como esto es un rato prestado, es aquí y ahora que debemos ser mejores, crear un ambiente más sano, de más convivencia colectiva. Es ahora, porque después no estaremos.


Los objetos y materiales con los que trabajas delatan a una persona que ve arte por doquier…
Sin pretensión de filosofar, ni de hacerme el profundo, soy un ser que vive observando más allá de la mirada. Vivo doble vida en el sentido de que vivo la cotidiana, la normal, esa en la que uno reacciona a todas las emociones, pero de manera paralela siento que hay alguien en mí, un demiurgo, por llamarlo de algún modo, que siempre está en vigilia. Voy manejando y me detengo porque veo una hojalata, un alambre viejo. Es decir, agradezco mucho ser una persona que vive en constante asombro, como que mi sensibilidad anda despierta y activa a cualquier circunstancia, a cualquier evento. Soy muy sensible a lo injusto, a lo que no debería ser, a lo abominable, a lo infame. Son cosas que me duelen, que me hacen sufrir. Pero no me obnubilo. Lo que hago entonces es que dialogo con eso, hago mi propia catarsis. Un tema infame para mí es la niñez desvalida, abusada. Es algo abominable. Eso lo trabajo de manera dramática pero no de manera ilustrativa. Trato de que ese dolor, de que ese elemento patético y duro de la vida, cuando se aprecie en una obra de arte por lo menos transmita algo de poesía. Ahí está “Anima del limbo” (ver galería), unos zapatitos ortopédicos, con sus cordones de alambres de púas, colocados en un rincón que la gente ni sabe que están ahí, y que luego le sorprende. Eso es lo que somos los seres humanos. Vamos en un vehículo, vemos a los niños pidiendo y somos indiferentes, y quise también colocar la pieza de esa manera. No la presenté en primer plano, sino en una esquina, en un rincón. Dos zapatitos en ese arco, en dos paredes desérticas, casi queriendo caer, porque así es como está la niñez desvalida y abusada. Están en un abismo. Por eso se llama “Ánima del limbo”.

En toda esta creación constante quién prima: ¿el instalador, el teatrero, el pintor?
Ramírez es un híbrido multifacético. Recuerda que vengo del teatro. Diógenes Abreu me describe bien porque habla del artista en el proceso. En eso nos parecemos mucho él y yo... Somos muy honestos con la verdad del creador, no con la verdad mediática en la que el artista se coloca frente a lo que está sucediendo en el medio queriendo ser el personaje. Por eso es que digo que somos muy ecuménicos. Vemos el arte como una verdad de cambio personal. No vemos la obra como un elemento que te dimensiona y que te coloca en un estatus social. Parece un discurso trillado pero es como siento el arte.
Soy feliz de que mi obra creativa, la que me place, que es la de intervenir los espacios, no se vende. Se venden los dibujos, algunos objetos… pero esa pieza donde trabajo el espacio es la que más me place. Porque me estoy explayando en el espacio, te estoy involucrando más como espectador. Cuando te hago una pieza bidimensional, de pared, eres un contemplador, pero cuando la hago en el espacio te estoy invitando, te estoy convocando a que seas parte de ese espacio. O como cuando hago piezas como una que presento aquí, que involucra olores…


“Diluvios en equilibro”. ¿Cómo interpretar el nombre de una retrospectiva que resume 25 años de carrera artística? ¿A qué hace alusión?
No es solo un título poético. Tiene diferentes contextos. Es Miguel Ramírez o cualquier ser humano ante el acontecer histórico. Los diluvios son eso, todo ese acontecer histórico que nos ha abrazado y avasallado y también todo ese acontecer que nos ha esperanzado y nos ha abierto puertas hacia nuevos caminos. Esos son los diluvios. Y en equilibrio porque de alguna manera la raza humana, equivocada o no, errática o no, ha permanecido de pie y ha sabido caminar con todas las vicisitudes y con todas las ansiedades e incertidumbres, y se ha mantenido en equilibrio. Es un contexto en términos conceptual, pero también “Diluvios en equilibrio” es Miguel Ramírez mirando hacia atrás, observando 25 años de coherencia y convicción en una postura con respecto a su visión estética. Desde muy temprano sentí que me iba a interesar hablar de lo social. Lo supe de una vez, y nunca me he desprendido de eso. Todas mis temáticas son sociales. Obviamente que, por mi formación y por mi sensibilidad personal, estoy muy de la mano de la poesía. No concibo la vida sin la poesía… Escribo pero no tengo pretensión de ser poeta. No está en mí ser escritor. Mientras estoy en el taller, creando, estoy rodeado de materiales, pero en un momento me alejo y sigo trabajando porque me dan deseos de escribir y entonces escribo sobre el proceso, sobre la temática que estoy trabajando. Por eso en la exposición vas a ver algunos textos interactuando con la obra.

A propósito de esos nuevos caminos, vemos mucho color en tus obras recientes...
Toda mi obra ha sido siempre muy ocre, muy opaca, muy monocromática, muy de materiales y objetos encontrados a los que no les doy tratamiento para que se vean bonitos… Incluso mis pinturas de los primeros años eran bien de colores muy planos, básicos. He querido, de alguna manera, como todo artista que va evolucionando, hacer unos cambios, siempre respondiendo a lo orgánico, a lo que siento, porque no me considero un artista de moda, de corrientes, que hace una obra cómoda para que se venda.
En esta muestra retrospectiva presento algo de la obra de mi colección y un segundo cirquito de la obra nueva de Miguel Ramírez ya en un proceso de madurez, de cambio, que comienza a trabajar otros materiales, que tiene otras visiones con respecto al hecho de la creación y de colocarse, incluso, en el medio artístico, no solamente local. Siento que agoté una etapa. No es una pretensión, sino un estado consciente de vivir una etapa a otro nivel. Obviamente para eso tengo que conformar una nueva obra que dialogue con lo que está sucediendo en los circuitos internacionales. Y aquí entra el color como un elemento lúdico, más que esperanzador. Lúdico: una palabra clave para mí incluso como docente. Para mí ser lúdico en la vida es lo que nos puede salvar. Ser lúdico no quiere decir ser creativo, o ser loco o excéntrico. Es simplemente tener la capacidad de sacar un momentico de tu vida agitada para dedicártela a ti. Uno vive a veces muy ajetreado. Si sacas un momentico para ir a una librería y tomarte un café estás siendo lúdico. En pocas palabras, es tener calidad de vida. Para mí es importante entonces el color porque en este momento en que quiero rescatar lo que está en mí quiero también rescatar y convocar a la gente para que despierte hacia lo lúdico. Ahora, en esa parte lúdica sigo todavía con mi parte dramática y de incertidumbre… 


Con camisas rasgadas, colores a retazos, tubos ornamentados envueltos en tiras...
Las camisas rasgadas son un elemento de lo atávico y de la vestimenta muy importante en esta nueva obra. Uno de mis nuevos proyectos es trabajar obras a partir de trueques con personas. Pretendo hacer un proyecto expositivo con piezas bajo proceso de trueque de pertenencias. Todas esas camisas son de amigos y conocidos que la donaron para hacer esta pieza. Más allá de lo estético tiene un contexto testimonial. Ellos me las donan para que yo, como artista, cree un nuevo discurso, pero ya esas camisas tienen una historia de vida, un testimonio.

¿Pasó eso con la pieza “Ruega por nosotros”? ¿La del rosario hecho con pelotas de béisbol autografiadas? 
Esa pieza tiene una historia. Las pelotas las compré nuevas en una tienda para un taller creativo en tres barrios marginados. Hice contacto con unos dirigentes comunitarios y hago esos talleres creativos con niños sobre el sentido de pertenencia, sobre sus aspiraciones. Ellos terminan firmando todas las pelotas, firmando sus sueños, su autógrafos;  ese sueño de llegar a ser alguien en la vida, y qué mejor que ser un pelotero de Grandes Ligas. Cuando me dan las pelotas autografiadas armo el rosario. ¿Y qué es un rosario en la sociedad dominicana? Es un elemento con el que te detienes a orar para la esperanza, esperando que llegue algo. Ahí, mientras trabajo esa pieza, me doy cuenta de que puedo comenzar a hacer arte así, interactuando con la comunidad. Y tú sabes que tengo años trabajando como facilitador y consultor en los bateyes, una experiencia que me ha reciclado, que me ha dado un cambio de vida, que me llevó a África.

Niños, bateyes, talleres. ¿Cómo es Miguel Ramírez como docente? Dicen que adoras enseñar…
Soy profesor de la Escuela Nacional de Arte Dramático y también docente contratado de manera temporal por el Ministerio de Educación como facilitador para docentes. Doy clases a los docentes sobre cómo usar estrategias de teatro en el aula. Para mí, en esta etapa de mi vida, ser docente es estar convencido de que no se trata simplemente de vaciarles información a los estudiantes. Información obtienes de muchas maneras, a través de las personas, en Internet. Ahora, los saberes los obtienes a través de la experiencia. Entonces trato de que ellos tenga experiencias en el aula y que esos saberes sean herramientas para utilizarlas. Me preocupo mucho de que lo que les enseño les sea útil.

Una sola pieza tuya puede incluir muchas expresiones, muchas técnicas. ¿La visualizas antes de trabajar?
A veces sí, pero a veces la pieza surge. Como dije en una ocasión, no creo en la inspiración. ‘Ay, me siento inspirado’. No, tienes una emoción. Si la inspiración existe ya me va encontrar trabajando en el taller. A las 5:00 o a las 6:00 de la mañana, cuando voy a trabajar con mi café, si ella está ahí esperándome ah, qué bueno: ‘Inspiración, estás aquí esperándome’. Si llego y ella no está y luego viene, pues también qué bueno que llegue. Creo en el oficio, por eso mi compañía de teatro se llama Teatro de Los Oficios. Creo en el hacer. De hecho, uno “es” por lo que uno hace.

¿Editas las piezas cuando haces versiones para nuevas exposiciones? 
Sí, las versiono y soy muy atrevido y provocador conmigo mismo.