Felipe Ciprián
Se abre paso la moda de pretender lograr una equivalencia, igualdad y paralelo, a la hora de hablar o escribir, para integrar al género femenino en aquellos casos donde no lo estaba, en un esfuerzo por hacer creer que con ello se logra vencer la discriminación de la mujer.
Este artículo, escrito por un varón que no se considera machista en lo absoluto, intenta demostrar que en el sano propósito de contribuir a intensificar la participación de la mujer en todas las actividades, lo que realmente se está logrando es que la sonoridad de un idioma tan bello como el español, se pierda la capacidad de comprensión y de expresión.
Quienes piensan que se es feminista cuando se dice, por ejemplo, “nosotros y nosotras amamos la patria”, en realidad hacen de una oración elegante, comprensiva y didáctica, un trabalenguas ininteligible.
Tal vez no comprenda yo suficientemente la problemática femenina, pero nunca he estado de acuerdo con que se asignen cuotas especiales para la mujer en un país y en una sociedad que no las excluye legalmente.
¿Por qué hay que dar el 33 por ciento de los cargos electivos a las mujeres?
Mi humilde opinión es que si hay mujeres con capacidad de trabajo, con inteligencia, con disposición, lo único que hay que hacer es reconocerle su espacio y si tienen que ser el 90 por ciento de los legisladores, de los alcaldes, pues que lo sean, porque lo más importante no es el género, sino la preparación, la honestidad, la capacidad de trabajo, el liderazgo.
Dar una cuota a la mujer para que por fuerza tenga que tener una representación, es la aceptación, por ellas y por quienes la dan, de que están discriminadas y necesitan ser “ayudadas”, cuando en la realidad eso no es así.
¿Con qué cuota femenina fue que Minerva y María Teresa Mirabal obtuvieron posiciones cimeras desde el primer momento en el Movimiento 14 de Junio para enfrentarse a la dictadura de Trujillo?
Hurgando más profundamente en la historia… ¿Quién dio, por ser dama, un lugar de honor a Anacaona para ser una líder indiscutible de la mujer aborigen cuando el colonialismo español llegó a América a acabar con esa raza y robar sus riquezas naturales?
¿Con qué cuota femenina fue que María Trinidad Sánchez, Concepción Bona y Juana Trinidad, mejor conocida como “Juana Saltitopa”, adquirieron renombre como heroínas de la lucha independentista?
¿Acaso necesitaron cuotas las mujeres que acompañaron a los “gavilleros” que enfrentaron a las tropas norteamericanas durante seis años de resistencia entre 1916 y 1922?
Las mujeres combatientes durante la Guerra de 1965 y la resistencia a la segunda agresión norteamericana del siglo pasado no necesitaron cuotas ni lenguaje genérico para integrarse valientemente a las batallas que elevaron por lo alto la dignidad de los dominicanos en aquella lucha desigual.
Los ejemplos sobran para demostrar que donde hay mujeres con verdaderas condiciones de liderazgo, con capacidad, con disposición y entrega, no hay fuerza que la detenga y no hay hombres que las impugnen con éxito por su sola condición de mujer.
¿Con qué cuotas lograron las periodistas María Ugarte, Nuria Piera, Alicia Ortega, Altagracia Salazar, Patricia Solano, Esperanza Ceballos, Nita Ontiveros, Margarita Cordero, Sara Pérez, Ángela Peña, entre otras muy destacadas de distintas generaciones, conquistar un espacio en los medios de comunicación en los que demostraron que se puede ser mujer y ser valiente sin defraudar a la gente que las sigue ni perder su condición de género ni necesitar muletas?
Decir “nosotros y nosotras, dominicanos y dominicanas, aquellas y aquellos” y demás tonterías para referirse a personas que pertenecen a una misma sociedad, es solo un simplismo que lejos de estimular a la mujer a conquistar cada día su espacio por sus cualidades, se lo quieren regalar por su sola condición de mujer.
¿Por qué no se da una cuota de participación a los jóvenes y cuando nos vayamos a referir a una persona aclaramos que puede ser joven o vieja, que son la gran mayoría de la sociedad dominicana?
¿Por qué no se le da una cuota a los viejos, que significan la experiencia, la memoria y la templanza?
¿Por qué no se le da una cuota a los negros, y cuando nos vayamos a referir al género humano hablamos de blancos, amarillos, mulatos y negros, ya que éstos también son la mayoría de los dominicanos?
¿Por qué no se le da una cuota a los minusválidos, que son discriminados en el trabajo, en los deportes, en las actividades sociales y recreativas?
¿Por qué no darle una cuota a las personas que tiran y batean a la izquierda, sin son una minoría importante en la sociedad?
¿Por qué no dan los legisladores una cuota a los homosexuales y lesbianas, que son una importante minoría que en la mayoría de los casos es gente con dotes de artista?
¿Por qué no darle una cuota a los evangélicos, otra a los musulmanes y a los ateos si son minorías organizadas importantes frente al predominio del catolicismo romano?
A veces me provoca hilaridad la simpleza de quienes dañan el idioma por entrar en la moda de nombrar a los “dominicanos y las dominicanas”, porque hay un sinfín de palabras insustituibles con un mínimo de lógica.
Si para muchos es fácil decir “nosotros y nosotras” en cada discurso, a pocos se les ocurre decir “el teléfono y la teléfana”, “el celular y la celular”, “la isla y el islo”, “la patria y el patrio”, “la biblia y el biblio”, “el océano y la océana”, “la luna” y “el luno”, “el sol y la sola”.
Hay palabras que al convertirlas al “feminismo” pierden totalmente su significado para convertirse en otra cosa, como sería el caso de decir “el puerto y la puerta”, o mejor “el libro y la libra”.
El idioma tiene tantas palabras en femenino como en masculino y si no somos tontos podemos usarlas convenientemente sin que convirtamos la forma de hablar y escribir en un tartamudeo anfibológico que ronda en un dialecto tribal.
El español, y junto a él todas las lenguas, tienen en femenino o en masculino tantas palabras como necesita. Por eso no se dice “hombre y hombra”, sino “hombre y mujer”; tampoco se dice “varón y varona”, sino “varón y hembra”, al igual que no se habla de “hembro”.
Hablar o escribir duplicando los sustantivos y adjetivos para forzarlos a expresar algo para lo que no fueron creados, es dañar el idioma en un formalismo que no necesariamente es práctica cotidiana en la calle, en la casa, en el trabajo y en el partido.
Quisiera ver los poetas, o quizá las poetizas, que escriban con elegancia una poesía, un himno o una canción usando esas formas repetitivas con pretensión de dar igualdad de género.
Quiero la plena participación de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad, pero no de cualquier mujer por su mera condición de hembra, sino de las mujeres que con su capacidad, cabeza propia, liderazgo y entusiasmo, conquisten sus espacios en lucha de igual a igual, sin muletas, sin tomarlas de la mano para cruzar la calle o subir la acera.
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