29/4/12

Los mejores aforismos de «El equilibrista» (según Yalo)

Un aforismo es lo más parecido a un proverbio, pero sin la odiosa insinuación del último de «hazme caso y serás feliz en esta vida». Son mejores los aforismos porque, mental y momentáneamente, te permiten alabar, objetar o maldecir a su autor, algo que no puedes hacer con los proverbios, leyes de vida, mira que si lo haces significa que eres incapaz de admitir tus defectos y debilidades y eso te hace infeliz, desdichado.
El aforismo admite una sola lectura pero varias reacciones: lo rechazas porque no te gustó, explotas de felicidad porque sí te agradó (generalmente ocurre cuando autor y lector coinciden en gustos y pasiones) o lo dejas pasar porque no lo entendiste.
Lo anterior nos da licencia para escoger, medalaganaria y subjetivamente, los 13 (número mágico) mejores aforismos de El equilibrista, de Andrés Neuman (El Acantilado, 2005), e interpretarlos como nos dé la gana.


En orden de importancia:

1. Nadie se toma en serio a quien lo admira demasiado.
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Reacción:  Shock tremendo. Pequeño infarto. Descarga eléctrica. A partir de este momento no admiro a nadie, ¿entendido, Kalimán? (¿Por qué diablos te incluyo? ¡Eres un dibujo!).

2. Escribir nos merece la alegría.
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R.  No necesariamente. El mayor ejemplo es la Yalo. En periodismo, al menos, ya sea por haraganería o perfeccionismo, a veces hay que parir las historias. Literalmente. Sin cesárea. Y parir sin cesárea, dicen y debe ser verdad, duele muchísimo.

3. Leer como si, dentro de un minuto, nos fueran a apagar la luz.
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R.  Diablos. Solía leer así en la adolescencia porque me gustaban mucho los paquitos y las historias que leía. Ahora leo así los libros que no me gustan, como si, al apresurar la lectura, de paso perdonara al autor. Pero es lindo, el aforismo.

4. Don de la soledad: escribimos porque estallamos de urgencia por decirle algo a alguien, y no encontramos a quién.
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R.  Mierda, sí. Es verdad. Eso explica por qué algunos escritores dicen que escriben por necesidad. Aunque, al escribir, ¿a quién le hablamos? En fin. Que viva la soledad.

5. Uno no lee poemas: se entiende con ellos.
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R.  Ahora entiendo por qué no nos llevamos bien la poesía y yo. No nos entendemos. Simple. Y yo pensaba que tenía algún trastorno neuropsicofarmacológico. Gracias, Neuman.

6. Buscamos metáforas para defendernos de la belleza, que es siempre insoportable.
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R.  A ver. Eso no es cierto. ¿Cómo que la belleza es insoportable? ¿Se han fijado bien en la cara de Facundo Arana? Este no lo entendí mucho.

7. Alguien casi genial es un idiota.
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R.  Pero hay que ser muy inteligente para notarlo. Si eso es cierto, yo he llegado a amar, adorar y admirar (hasta hoy, claro, gracias al primer aforismo) a unos tres idiotas, dos de ellos dibujos acuarelados.

8. A veces arrastramos a los otros hacia nuestra oscuridad, cuando lo que queríamos era pedirles que encendieran la luz.
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R.  Cualquier cosa que diga puede ser usada en mi contra.

9. Uno no empieza a comprender una ciudad hasta que aprende a aburrirse de ella.
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R.  Sí. De acuerdo. Pero yo conozco la clave para que esto no ocurra: sin importar el sitio en que estés, vive eternamente como un turista, como un viajero que espera irse a la mañana siguiente. Wait. Eso me suena a una historia del mismo autor…

10. Procurar no hacer nunca daño a nadie. Pero dar la impresión de ser muy capaz de hacerlo.
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R.  ¡Jaaaaaaaa! Muy bueno. Lección aprendida esperando ser puesta en práctica.

11. Vivir perfeccionándose, pero no reprimiéndose.
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R.  “Adiós, muchacho de la cita corta”. Siempre te amé, samurái John Barry, pero no se lo digas a nadie.

12. También nos enamoran las ideas.
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R. Más que las caras, las cuentas de banco y los gentilicios. Por eso me gusta(ba) Kalimán. 

13.  Buscarse debajo de otra carne.
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R.  Este aforismo debería ocupar el primer lugar por hermoso, onírico, enigmático y seductor. Si Dios fuera escritor, escribiría parecido a como lo hace Neuman. Pero imposible leer esto y no considerarse una vulnerable a la admiración, de cuya destronación se encargó el primer aforismo de la lista.